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martes, 28 de febrero de 2012

Reflexiones de género, a propósito del Día Internacional de la Mujer

Comprometidos con la felicidad propia y del otro

Por Aida Hernández Rúa


 (*)

Carlota Modesta, mujer espiritual y devota de inicios del siglo pasado, llegó a 4° de primaria, pero su sabiduría superaba cualquier formación. Abnegada esposa, madre de 12 hijos y abuela, respondió con honores al contexto histórico de su condición femenina, mientras el mundo recibía desde Europa el establecimiento del Día Internacional de la Mujer Trabajadora cómo estrategia de luchar por los derechos de la mujer.

Ana María, la menor de sus hijas, gozó de los logros del movimiento que impulsó el reconocimiento de las mujeres. Desde su mayoría de edad ejerció su derecho al voto, a estudiar y trabajar, bajo las duras exigencias del doble rol. El movimiento femenino había logrado conseguido en gran medida sus principales retos: el derecho al voto, a la formación profesional, al trabajo, la ocupación de cargos públicos y la no discriminación por el mero hecho de ser mujer.

Las hijas y nietas de Carlota y Ana han vivido y vivirán como normal, lo que en el pasado era difícil pensar como derecho. Las consecuencias de esta lucha por la equidad, se reflejaron en el cambio cultural e imaginario femenino que, por encima de ser madre o esposa, primero era ser profesional y hacer una carrera laboral exitosa.

A finales del siglo pasado, las mujeres al frente del discurso femenino mundial, en especial las de países en vías de desarrollo, detectaron una debilidad: el empoderamiento y la inclusión desde la perspectiva de género, un tema de mujeres y hombres. Aquello que el diccionario de la Real Academia de la Lengua define sencillamente como la “actitud de prepotencia de los varones respecto de las mujeres”, llegó a ampliarse hasta ser el "conjunto de actitudes, conductas, prácticas sociales y creencias destinadas a justificar y promover el mantenimiento de conductas percibidas tradicionalmente como heterosexualmente masculinas y, también, discriminatorias las mujeres”. Entonces el señalamiento y la discriminación pasó a ser en doble vía y a reflejarse en aumento la violencia intrafamiliar y la descendencia acostumbrada a la separación de padre y madre.

Durante años fue cambiando el orden natural de la vida y la convivencia entre hombres y mujeres. No hay culpables, las cuotas de beneficio son enormes para nosotras y nuestras hijas que cada vez enfrentan un motivo menos de discriminación. Hoy día, una mujer, capaz y profesional, se levanta temprano a dirigir los destinos de una ciudad gracias a la confianza de la mayoría de votos logrados luego de una contienda electoral. Sin embargo, hacer pareja, compartir hombres y mujeres el mismo espacio laboral y social, nos lleva a pensar que estamos llamados y llamadas a comprometernos con sembrar valores auténticos y coherentes basados en el amor, el respeto, la comunicación, la comprensión y la diferencia. Pero, “el mayor de ellos es el amor”. (1ª. De Corintios 13), entendiéndolo como la definición que este mismo libro de la Biblia nos da, aplicado desde la perspectiva de hombres y mujeres: “El amor es sufrido, es benigno; el amor no tiene envidia, el amor no es jactancioso, no se envanece; no hace nada indebido, no busca lo suyo, no se irrita, no guarda rencor; no se goza de la injusticia, más se goza de la verdad. Todo lo sufre, todo lo cree, todo lo espera, todo lo soporta”. Un amor sano en el que ambos respetan mutuamente sus roles e imaginarios, sin burlas, indiferencia y mucho menos violencia, comprometidos con la felicidad propia y la del otro. La descendencia de usted,lector y lectora de Kairós, reciben un mundo distinto que necesita de la misma comprensión y atención de la abnegada mujer de nacida en el siglo pasado.

(*)Artículo publicado en Kairos, Febrero de 2012

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