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Pozos de Samurio, Tubará, Atlántico. Foto Eny De la Hoz. |
Los pozos de Samurio, fueron en
la época de sequía el manantial de agua
viva que dio de beber a cientos de generaciones, empezando por los
ancestros “Mocaná” en Tubará, Atlántico, en el Caribe Colombiano. Precisamente toma su nombre de uno de los caciques de
la tribu.
No puedo precisar los años, mucho
menos, el tiempo que duraron brotando agua de las entrañas de la tierra, pero
si sé que en mi infancia fui muchas veces con mis tías maternas, a traer agua
para casa de mi abuela. Ver caer la caldereta, amarrada con una cuerda de más
de tres metros de largo me indicaba que eran hondos, pero me gustaba asomarme,
para ver la destreza de mis tías al
sacar el agua, la cual era transportada
en baldes hasta la casa, para el consumo
diario.
Ellos sirvieron de reunión a los habitantes
del pueblo, se podía ver la romería de gente desde las 4 de la
mañana, llegar para llenar sus barriles o canecos. Aquí se tejían historias, ayudándose
a construir parte de la leyenda oral existente.
Uno de
los primeros que conocemos y del cual se desprende una hermosa historia,
es el Pozo de San Luis, ubicado dentro del casco urbano.
Como estos, son muchos los nacimientos naturales de agua, que hay en
diferentes puntos del municipio, pero el
avance de los pueblos deja en el olvido lo que la naturaleza nos regala gratis,
y la avaricia del hombre acaba con todo lo que puede arrasar a su paso, de ahí
que el entorno haya sido modificado. Hace unos cincuenta años
atrás encontrábamos el corazón de arena y corría apacible y sin fatiga un
hilo cristalino de agua, pescaditos pequeños se apreciaban en lo charcos que
se hacían, las mujeres lavaban en el
arroyo sus ropas, haciendo ellas mismas pequeños pozos en la arena y el verdor
de los árboles indicaba que había vida. Bebimos agua salobre por 400 años y
nunca pasó nada, hoy el agua llega desde la capital.
El corazón de arena dejó de
latir, cada vez que socavaban y robaban su arena, para venderla, sin que hubiese algún control. Los pozos se cansaron, el paso del tiempo, la mirada indiferente
y nuestra falta de compromiso, los han
echado al olvido. Con la poca esperanza de encontrar un auxilio, se esconden
detrás de la maleza, esperando que la madre tierra le devuelva su vida en algún momento.
Isabel Vargas Lara
isabel.vargaslara@gmail.com
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