Resulta familiar por estos días escuchar los comentarios de las personas acerca del fenómeno televisivo que invade nuestro país, la historia que recrea la vida de uno de los grandes del folclor vallenato, Diomedes Díaz, el Cacique de la Junta. Comentarios buenos y malos, insultos entre fans y unos cuantos contrarios en las redes sociales; lamentos y lágrimas le han sacado a sus seguidores las vivencias y relatos recreados en las polvorientas calles de la Junta, corregimiento de San Juan del Cesar, en la ardiente Guajira. Bastante se habla del artista de sus amores y desamores, aciertos y desaciertos en su vida personal; sin embargo más de uno a quedado cautivado con el impecable trabajo fotográfico y las escenas grabadas en esos hermosos paisajes que muestran la vida de los pueblos en la costa, a esto se suma la sencillez de los actores naturales que impregnan un sabor a pueblo que muchos se han identificado en alguna escena.
Sentada en un taburete siento en mí la añoranza por unos tiempos que no volverán, donde el tiempo parecía detenerse, tiempos de espiritualidad y en el cual hasta el mínimo detalle se valoraba y se disfrutaba en armonía con la naturaleza.
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Los árboles frondosos y las plazas del pueblo servían como puntos de encuentros de largas tertulias y como refugio para refrescar el ambiente de las altas temperaturas reinantes en esta región.
Hoy estos episodios rememoran la época de nuestros abuelos, de amores furtivos y el respeto por la palabra, la tranquilidad provinciana y herencia campesina que describió el Cacique en una de sus primeras canciones ¨el Cantor campesino, a pesar de las dificultades la fuerza que le imponían a una de las características que identifica a la región caribe como es mantener unida a la familia.
Isabel Vargas Lara (*)
@VargaIsabel
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